A Quiet Shift
Un retrato íntimo de Romain Bardet
Al atardecer de una carrera magistral, marcada por victorias en las más grandes competiciones ciclistas del mundo, Romain Bardet inicia un cambio radical, silencioso y profundo. Abandona el universo inflexible del World Tour para sumergirse en el Gravel y abrazar una práctica más libre, más instintiva, para simplemente redescubrir el placer puro de la bicicleta.
A Quiet Shift trasciende la mera trayectoria deportiva. Esta película explora la dimensión íntima de un hombre reflexivo, entregado y acompañado por dos generaciones: su padre, apoyo incondicional y orgulloso testigo de su recorrido, y su hijo Angus, que comienza a despertar al mundo del ciclismo. Entre herencia y transmisión se dibuja —a través de imágenes pictóricas captadas en su intimidad— un poderoso relato de filiación y pasión. A Quiet Shift revela la personalidad discreta de un hombre humilde, de un campeón que aspira, en silencio, a encontrar una nueva forma de libertad.
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Redescubrir la esencia del ciclismo
En el ciclismo actual hay algo asfixiante, demasiado ritualizado, un marco estrecho que reduce los cuerpos y las mentes a su simple función. Romain Bardet fue uno de los pioneros de este enfoque riguroso, científico, marginal y, de algún modo, obligatorio en el ciclismo moderno. Él, el visionario que, más que nadie en los años 2010, creía en el valor de los entrenamientos en altitud, de la nutrición medida al milímetro, del uso generalizado de potenciómetros, de los reconocimientos sistemáticos de las etapas, etc. Pero ser precursor tiene un coste oculto, disfrazado por las victorias y las medallas que hacen olvidar lo esencial.
En 14 años entre los profesionales, Romain Bardet recurrió a lo más profundo de sus recursos mentales, dejando conscientemente de lado a «los que de verdad cuentan» en favor de su rendimiento. Un enfoque egocéntrico del que hoy se desprende sin arrepentimiento.
¿Echaré de menos ponerme un dorsal? No lo sé.
Romain Bardet
El gravel, un nuevo comienzo
A partir de ahora, será hacia su familia—y en particular hacia su hijo—que dirigirá de nuevo su atención de ciclista. «Convertirme en padre fue algo elevador. Me di cuenta de lo que realmente tenía importancia. Para mí, era impensable ser el padre ausente que solo rinde en la televisión.» Este cambio encuentra en el gravel un terreno propicio para el desarrollo: menos limitaciones, menos exposición mediática, más libertad, más momentos compartidos. De hecho, Romain ha hallado en esta ramificación embarrada del ciclismo el suelo fértil que le permite crecer de otra manera. Con su hijo, con su familia, con sus amigos, como un hombre ordinario que ha dedicado su vida a la bicicleta. Pero que ahora simplemente espera otra cosa de ella.